Jesús, el que todo lo ha hecho bien.

En el Evangelio, después que Jesús sana a un sordomudo, los que presenciaron ese milagro decían admirados, “todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Jesús hizo lo que Isaías había anunciado con entusiasmo y expresiones llenas de vida siglos antes: “Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo”.
Lo hermoso es que esta imagen del Mesías que nos muestra Isaías va más allá de lo esperado con la presencia de Jesús que, a través de su gracia, provoca un cambio más allá de lo exterior, provoca un cambio invisible en nuestros corazones; más allá de nuestras limitaciones, nos invita a la vida en plenitud.
¿Pero cómo se puede hacer posible este milagro en nuestras propias vidas?
El Padre Pepe Ahumada nos hacía hincapié en la importancia de escuchar a los demás y, como nos decía el Apóstol Santiago en la segunda lectura, en “no hacer acepción de personas”, es decir tratar a todos de igual forma, sin hacer distinciones ni por su condición económica, ni política ni religiosa. Es más, nos advertía del especial cuidado que debemos tener, como Iglesia, en estar abiertos a la verdad que puede haber en otros, de estar en diálogo para entender el mensaje de Jesús también a la luz de lo que los demás pueden tener como “su verdad”.
A la luz de estas lecturas, cada uno de nosotros podría preguntarse entonces ¿cómo puedo hacer para que Jesús “lo haga bien” dentro de mí, qué necesita ser transformado, cuál es el milagro que hace falta que Jesús haga dentro de mí?
Colaboración: Felipe Straub
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