domingo, abril 22

El discípulo de Cristo

Jesús puso condiciones exigentes para que alguien pueda llamarse discípulo suyo: «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío... Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26-27.33). Obviamente esta sentencia de Jesús no deroga la ley de Dios que manda «honrar padre y madre», ni quita autoridad a San Pablo que exhorta: «Maridos, amad a vuestras esposas» (Ef 5,25), ni la ley natural del amor paterno. El verbo «odiar» usado por Jesús significa que, puesto en la disyuntiva entre el amor a esos seres más queridos –padre, madre, hijos- y el amor a Cristo, el discípulo debe optar por el amor a Cristo, aunque esto signifique romper con esos seres. Para el discípulo de Cristo nada se antepone al amor a Cristo, ni siquiera el amor a la propia vida.Leemos en el Evangelio que el primero de los discípulos de Cristo fue Simón Pedro: «Jesús llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos... A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés...» (Lc 6,13-14). Pedro dejó «casa, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos y hacienda» por seguir a Jesús, según su misma declaración: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mt 19,27). Pedro estaba dispuesto a dar su vida por Jesús: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti» (Jn 13,37). Y lo habría hecho si se hubiera ofrecido la ocasión, pues ésta habría sido una muerte honrosa. Pero no estaba dispuesto a seguir a Jesús con la cruz y sufrir por Jesús la muerte ignominiosa de la cruz. Por eso cuando vio a Jesús en el huerto de los olivos ofendido y humillado hasta ser detenido como un malhechor por una gentuza armada de palos y espadas, sin ofrecer resistencia, se desilusionó de él y negó ser su discípulo. Pedro no negó a Jesús por cobardía; lo negó por falta de amor. Esto significa su sentencia: «No conozco a ese hombre» (Mt 26,72).Por eso, en la tercera aparición a sus discípulos, después de su resurrección, Jesús ofrece a Pedro la posibilidad de reparar. Lo hace con su estilo propio lleno de misericordia y sin sombra de reproche. Tres veces negó Pedro a Jesús por falta de amor; tres veces es invitado a reparar.En la primera vez Jesús formula una comparación: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?». El pronombre plural que aquí se traduce por «éstos», en la lengua original del Evangelio puede ser masculino o neutro. Si es masculino –como suele traducirse-, entonces se refiere a los demás apóstoles y la comparación afecta al sujeto del verbo amar: «¿Me amas más que lo que éstos me aman?». Sería una comparación antipática que habría puesto en apuros a Pedro, tanto más si se considera que entre esos otros estaba el discípulo amado que no negó a Jesús, no huyó y lo siguió hasta el pie de la cruz demostrando mucho amor. La otra posibilidad es que el pronombre sea neutro plural y entonces la comparación se refiere al objeto del verbo amar: «¿Me amas a mí más que a estas cosas?». A esta pregunta Pedro puede responder con seguridad: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero», se entiende, más que todas las cosas. La idea es que Pedro tiene que amar a Jesús, no sólo más que su propia vida, sino también más que su propio honra; tiene que estar dispuesto a morir por Jesús la muerte ignominiosa de la cruz. En efecto, Jesús «le indicaba a Pedro la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios». Cerciorado de ese grado supremo de amor, Jesús le repite la llamada: «Sigueme». Sabemos que Pedro lo siguió, muriendo precisamente crucificado, como su Señor, pero cabeza para abajo por no considerarse digno de tanto honor. Había llegado a la plenitud del amor a Cristo y de su condición de discípulo.
† Felipe Bacarreza RodríguezObispo de Santa María de Los Ángeles