domingo, agosto 26

26/08/07, Domingo 26 del tiempo ordinario (Lc 13, 22-30).


Somos cristianos; esto quiere decir que creemos en Jesús, el Salvador. Somos salvados por nuestra fe en Él. Fe y salvación; todo, puro regalo de Dios.
Y, sin embargo, el Evangelio nos habla de la puerta estrecha.
El pasaje comienza, muy significativamente, diciendo que esto sucede mientras Jesús caminaba hacia Jerusalén. O sea, hay que verlo todo a la luz de la cruz, muerte y resurrección de Jesús.
Jesús, de camino a Jerusalén, enseña a sus discípulos en qué consiste el seguirle; cómo ser buenos discípulos de un maestro que sube a Jerusalén a morir en una cruz.
Jesús no responde con claridad a la pregunta que se le hace: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Pregunta a la que podríamos añadir: ¿Cuál es el secreto de la salvación? ¿Puedo yo tener cierta seguridad de salvación?
La respuesta de Jesús es: Luchad por entrar por la puerta estrecha.
La puerta, hasta la venida de Jesús, eran los mandamientos. Ahora, la puerta es Él: Yo soy la puerta (Jn 10, 7). Es una puerta estrecha. Porque, si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc 8, 34).
Y, como dice Pablo, nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles; mas para los llamados un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1, 23-24).
La clave para pasar por la puerta estrecha es la fe. Una fe que envuelve a toda la persona y la liga a Jesús, el Salvador. Tener fe es tener salvación. La fe es la madre de las buenas acciones, del arrepentimiento, del perdón, de la libertad, de la seguridad: En quien creéis, aunque de momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa; y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas. Aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas (1 Pe 1, 6-9).

P. Ángel Santesteban